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Artículo

6 Ene 2016

Autor:
Tierra Digna

“Crónica: una gota de esperanza para las comunidades y los ríos del Chocó”

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A 30 kilómetros de Quibdó es posible entrar al río Quito, un afluente del Atrato que se distingue por su particular color ocre, una tonalidad que advierte con gran alarma que algo no anda bien aguas arriba. La primera comunidad que se avizora es la Soledad, un pequeño centro poblado en donde los lugareños deben comprar el agua que toman y los peces que comen en Quibdó porque el agua del río supera los niveles de mercurio permitidos por la Organización Mundial de la Salud.--Minutos después se encuentra San Isidro, un poblado de mayor tamaño pero donde las mujeres que por generaciones realizaron minería tradicional hoy no recogen suficiente metal para subsistir. Mucho menos pueden financiar la educación de sus hijos, quienes al finalizar la primaria, tendrían que viajar diariamente a Quibdó para recibir sus clases allí, sin contar con subsidios si quiera para costear el costoso transporte fluvial, por lo que se han visto obligados a manejar retroexcavadoras o a minear en los entables auríferos para así apoyar a sus familias…Si se logra llegar a Villa Conto, se oirá cómo las mujeres reportan serias infecciones vaginales, y se quejan en especial de enfermedades graves en la piel de sus hijos, quienes se rehúsan a aceptar que el río ya no es su espacio de juego (el único, que en ausencia del Estado, la naturaleza les ofrecía). Además, la comunidad no entiende por qué la prosperidad agrícola que nunca les hizo pasar hambre, hoy ya no da ni para el desayuno. Más aún, la contaminación del agua del río ahora obliga a todos a desplazarse bosque adentro para encontrar pozos de agua cuando no ha llovido en más de tres días y los tanques están secos…